martes, 29 de octubre de 2013

Dejarse la vida en la Mina.

 Recuerdo, cuando niño, que mi padrino de bautizo era Guardia Civil y mi madrina la esposa de un minero asturiano, y que pasaba algunos fines de semana en una casita de campo, humilde, en La Camocha. Allí mantuve con frecuencia, desde mi más tierna infancia, contacto con la minería. 

¿Alguna vez pensamos en quienes se
juegan la vida a diario por que todos
 vivamos un "poquín" mejor?
 Aquél hombre y sus compañeros, tenían algo en común con el Guardia Civil. Eran como soldados, guerreros del Traballu, llevaban a gala una condición de obreros tradicionales con un orgullo admirable. La casa de Ismael era un museo de la Mina. hasta un diorama me dejaba boquiabierto horas y horas escrutando los túneles minúsculos que aquellas figuritas, como soldaditos de plomo, iban horadando en el carbón natural del que estaba formado el fondo.

 Olía a carbón contínuamente, en los días de lluvia la fragancia se hacía intensa, como un halo de aire distinto, a dos pasos del Gijón que nunca para. Alguna vez, venía desde "El Pozu", (no recuerdo el nombre, solamente le llamaban así, como quien dice "casa" sin determinante) un olor característico que ponía en alerta a toda la población, se movilizaba enseguida, como un zafarrancho de combate, por si había que ayudar a algún compañeru. El semblante habitualmente oscuro de aquellos hombres de ojos profundos, hundidos en el cráneo por el ribete oscuro de las partículas de carbón permanentemente pegadas a sus párpados, tornábase de un blanquecino alarmante, y un murmullo acompañaba a esa oleada de hedor, como peste de muerte, una palabra siseada entre dientes, como maldita, como quien menciona al mismísimo diablo: "grisú".

 Desde entonces, decir "minero" a mi mente no trae la imagen de un hombre cualquiera, sino de un paisanón de manos enormes y hombros poderosos, que a aquél guaje podía alzar con un par de dedos forjados en la piqueta. Trae el sonido de una tonada comenzada con una plegaria, que si bien algunos acompañaban levantando el puño, muchos otros sólo podían bajar la cabeza. Tantos que habían tenido que sacar a sus amigos, hermanos, de entre las entrañas de la tierra a la que con el esfuerzo más titánico arañan pedazos de sustancia, para enriquecer a unos pocos, ya olvidaban teorías de revueltas e historias de abuelos manipulados por la opinión de unos cuantos enchaquetados d´Oviéu, y lanzaban sus gargantas con ese orgullo, casi marcial, de quienes mantienen una tradición obrera que es algo más que un oficio.
familiares y amigos de los mineros a la espera de información a las puertas del
Pozo Emilio del Valle. Foto EFE 
 Ayer, el hedor lejano de aquella palabra temible de La Camocha acudió a mi olfato sin sentido, a mil kilómetros desde un rincón de los valles leoneses, de donde escapó el aliento del averno, en esa grieta que tienen que abrir en la frontera de la muerte para continuar en la vida. Cada número que iba aumentando en las informaciones me traía la imagen de uno de aquellos paisanos corriendo, poniéndose el mono azul y ajustándose el cascu, prestándose a meterse a jugarse otro poco más la vida, sin cobrarlo, para ayudar a un compañero atrapado.

 Ha sido el más grave de los accidentes mineros en las últimas décadas, y después de que los medios afines al sistema político pusieran la mira sobre ellos, haciéndolos pasar casi por vagos que trabajan mucho menos de lo que otros tienen que trabajar para cobrar mucho más que lo que otros cobran; llevando hasta Madrid la Marcha Negra de linternas y manos oscuras encallecidas, España se ha llevado, en la cara, el manotazo enorme de la verdad de los mineros, los que cada día que bajan al Pozo a ganarse el pan son conscientes de que lo hacen para ganar la vida de sus familias, porque la suya puede quedarse allí enterrada en cualquier momento. 

 Pasado mañana será día de recordar a cada uno de ellos como representantes de un sector que mantiene viva una filosofía del trabajo que bien vale ser estudiada, en éste mundo conformista y relativo, en el que ensuciarse las manos y jugarse la vida "no merece la pena" para comer. Hoy, sólo es momento de levantar oraciones a Santa Bárbara Bendita, Patrona de los Mineros. 

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