Tres mil años, ésto si que es ir
lenta la legislación. Han tenido que pasar tres milenios desde que
se tiene constancia de la celebración de alguna forma de Tauromaquia
en la península Ibérica, que por entonces no era aún ni Hispania,
para que ésta sea declarada, oficialmente, Patrimonio Cultural.
Ha ocurrido anoche, en el Senado (que
no es del Pueblo Español, como lo fuera el del Pueblo Hispalense que
allá por el Siglo I ya legislara sobre los
juegos en los que se sacrifican reses como han hecho las tribus de
éstas tierras)
y ésta mañana, los que formamos el Mundo del Toro nos hemos
despertado con una sensación agradable a las espaldas, con la
protección de la Administración Pública a niveles estatales, con
un gesto que nos pide el cuerpo de levantar el mentón y con
muchísimas dudas.
La
Declaración de la Tauromaquia como Patrimonio Cultural no conlleva,
en ningún caso, la asunción competencial al ámbito estatal, ésto
es: Las Comunidades Autónomas mantienen la capacidad de regular los
Reglamentos en sus territorios, pudiendo introducir cambios como los
ya existentes -uno no sabe a veces cuando va a una Plaza de Segunda
de otra Autonomía cuantas orejas son necesarias para abrir la Puerta
Grande, o cuanto transcurre entre avisos- que no dejan de ser
detalles menores, o incluso la eliminación de la Suerte Suprema, la
Espada, la Muerte del Toro en la Plaza, dentro de las
particularidades de cada Festejo, pero eso sí: obliga a que, si se
cumplen las condiciones pertinentes, se apruebe la celebración de
éstos Festejos.
Mas
aún: al no tener carácter retroactivo, la vigente abolición de la
Fiesta en Catalunya no sería derogada, al menos inmediatamente.
Habrá que esperar a ver en que termina todo el proceso impulsado por
CiU (cada vez más C y menos iU) en lo que al Statu Quo catalán se
refiere. Se abre un panorama confuso en las tierras catalanas, pero
se nos blinda ante los intentos de imitación.
En
la Comunidad Autónoma Vasca (el artificial Euskadi desgajado de la
naturaleza de Euskalherria) la Fiesta tiene componentes propios que
hacen que, ni siquiera los más abertzales, hayan iniciado procesos
serios por su eliminación. Hay casos incluso de etarras que han sido
toreros, y detalles como la música de Txistu en lugar de los
Pasodobles en la Plaza de Bilbaodurante la Aste Nagusia o la
existencia de Festejos taurinos en localidades pequeñas que cuentan
con la participación de las peñas autodenominadas abertzales, hacen
impensable aún que, incluso allá donde el “sentir identitario”
es en realidad más fuerte que en Catalunya, asuman que la
Tauromaquia es una de esas tradiciones que conforman su forma de ser. Reuniendo el Contínuum cultural Esukalherriaco, cuando uno piensa en
Pamplona-Iruña, no se le viene a la cabeza otra cosa que Toros,
mozos, toreros... iberismo puro. Los tímidos intentos de una parte
de la izquierda abertzale radical por eliminar las “expresiones
españolistas” (no suelen allí esgrimir los argumentos
animalistas) de las fiestas de algunas localidades se han encontrado
con la oposición incluso de sus votantes en algunas ocasiones, y con
la nueva Declaración, se blinda la Fiesta ante futuros intentos de
prohibición.
No
sabemos cuando (volverán, porque tienen que volver, porque los
catalanes lo llevan en su identidad auténtica, a la que están
renunciando en pos de los delirios afrancesados de los separatistas,
que olvidan que incluso en Francia hay Tauromaquia) volveremos a ver
toros en Barcelona, pero al menos nos queda la seguridad de que no
dejaremos de verlos en otras partes. Muchos abolicionistas han puesto
el ejemplo de Canarias, en la que no existe tauromaquia desde hace
muchísimo tiempo. Lo que obvian es que, si bien no se celebran allí
festejos, las Islas cuentan con una buena cantidad de peñas taurinas
y aficionados, y callan deliberadamente que el auténtico motivo por
el que no hay Toros en Canarias es precisamente ese: que no hay
Toros, no hay espacio para la cría de Ganado Bravo, y las reses que
eran transportadas hasta las Islas con la finalidad de los festejos
llegaban en la mayor parte de las ocasiones inservibles para la
lidia, con los cuernos destrozados contra las cajoneras, encerrados
en los barcos, con síndromes de aislamiento que se traducían en
comportamientos erráticos y muchísimas veces muertos. Lógicamente,
en un lugar a donde el Ganado que se lleva ha pasado más de una
semana encerrado, que sale del chiquero absolutamente desorientado, y
en el que de cada seis toros morían dos antes de salir a la Plaza,
ni los espectáculos eran agradables ni la organización rentable.
Por respeto y consideración al toro, los mismos taurinos se
posicionaron en contra de la aberración que suponía embarcar toros
durante días y días para llevarlos a Tenerife o a Gran Canaria. Por
otra parte, en Canarias, las corridas de toros no están “prohibidas
por ley”, como muchos pretenden, ya que la ley que prohíbe la
“crueldad en los espectáculos con animales” no menciona
directamente a los toros, y sí a las peleas de gallos,
permitiéndolas. ¿Por qué? Pues muy sencillo: precisamente porque
ya hacía muchísimo tiempo que los Taurinos Canarios venían a la
Península a ver toros, porque lo que se veía en las islas eran
paupérrimos espectáculos indignos debido a la situación del
transporte de las reses. Ocho años, nada menos, desde la celebración
del último festejo en Canarias.
También
nos quedan las dudas de si veremos entrar una inyección (muy
necesaria) de capital público en La Fiesta y todos sus sectores
aledaños. No hace mucho, escribía en mi Blog taurino La Raya de Picar, que “esperemos
que a la nueva legislación, que considera la Tauromaquia y todo lo
que la rodea un patrimonio cultural, por tanto protegido, se sume un
programa activo de promoción e incentivación de la Fiesta. Hasta
ahora, parece que a ningún político se le ha ocurrido que, en
relación con el Mundo del Toro, se pueden crear miles
de puestos de trabajo en todo el territorio español.
Desde el personal campero de las ganaderías hasta los trabajadores
de mantenimiento, seguridad, atención al público y administración
de las empresas que gestionan las Plazas de Toros, con un sencillo
programa de apoyo económico, abaratamiento de las entradas a ciertos
festejos (pasando, por ejemplo, por el aumento del número de
corridas y novilladas en plazas que han visto decrecer su volumen de
actuaciones en los últimos años) y promoción externa de todo lo
relacionado con el Toro, su cría y su lidia, el potencial económico
no sería, en absoluto, despreciable.
Existe
un potente sector privado que hace caja de la relación aparente con
el mundo del toro. Firmas de ropa y complementos inspiradas en aires
taurinos; hostelería expositiva, que hace que cientos de
establecimientos se conviertan en museíllos de historia taurina, con
fotografías, muchas de ellas originales y firmadas, trajes, monteras
y cabezas disecadas de bureles que no sólo sirven de atracción para
turistas, sino también como entorno acogedor para las tertulias
taurinas, foco cultural popular en el que no sólo se expande la
cultura de la Fiesta sino que implementa muchos otros aspectos.
Habría que estudiar profundamente como ésta relación, que es
directa y proporcional, pudiera ser explotada no ya sólo en pos del
bien de la Fiesta, sino como un revulsivo parcial a la situación
económica de éste país.”
Ahora,
a esperar, y a no perder de vista a los políticos, que pueden
quedarse tan panchos con una declaración firmada y dejar que La
Fiesta se vaya muriendo porque no hay dinero.
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