Voy a empezar con un órdago a la
mayor: a quien me conoce no le va a espantar, y a quien no me
conozca, seguramente le resulte extraño. Yo provengo de la
militancia en movimientos de izquierda nacionalista andaluza. He
hecho el camino al revés del que hicieron muchos carlistas hace un
siglo. El foralismo, intoxicado por la implantación de las ideas
liberales en los años de la forja del sistema actual,
independientemente de la forma del estado (dictatorial o democrático,
siempre “estado-nación” post-revolucionario), dio paso a la
creación de los nacionalismos. No podemos olvidar que por ejemplo
Sabino Arana era un carlista que se sentó a modelar una
britanización del foralismo español, pariendo el nacionalismo vasco
del PNV. Tampoco voy a ocultar mis simpatías puntuales con el PNV,
con los “Jeltzales” del Dios y Ley Vieja; como tampoco, por
supuesto, mis discrepancias con sus objetivos y estrategias.
Los nacionalismos periféricos,
surgidos en buena medida desde las entrañas del Carlismo, han
sufrido una involución sorprendente. Atendiendo a los cuatro
factores definitorios de una nación (historia, territorio, lengua y
cultura) el nacionalismo surge como una afirmación de la identidad
cultural propia de un territorio, afirmando su actividad en las
carecterísticas que la conforman, que no son otras que las
Tradiciones históricas y los modelos organizativos heredados. A
medida que éste nacionalismo romántico, cultural, identificador
(que no identitario) va asimilando los conceptos revolucionarios
novedosos, de esa recuperación de la identidad natural, por contra,
algunos comienzan a desgajar aspectos propios que le resultan
incómodos por unirles, internamente, a aquello de lo que, ahora,
pretenden no ya distinguirse, sino separarse. Incorporando modelos
foráneos, que nada tienen que ver con la tradición propia y
cultural de la nación, sea cual fuera la que como tal proclaman,
nacen dos conceptos divergentes y enfrentados del nacionalismo: el
centrífugo y el centrípeto; en otras palabras: secesionista y
unitarista.
De nacer como respuesta lógica,
necesaria y radical (de la raíz, etimológicamente) a la
implantación del Nacionalismo unitario, estatal y centralista, han
desarrollado un movimiento centrífugo que acaba por desplazar las
mismas raíces de ese Nacionalismo, arrancándolas de su limo
sustento y llevándolo sin rumbo fijo hacia lo extranjero, lo
novedoso, lo inventado y falseado. La búsqueda del “hecho
diferencial” tan ansiada por los nacionalistas deriva finalmente en
una negación de los hechos propios, tratando de desmontar todo
factor cultural, social o histórico que una a la nación propia con
la nación vecina, que a su vez está unida con la otra que le queda
al lado y así conforman una unión de naciones que pasa a
convertirse, con el tiempo y por los lazos intrincados que unen a sus
propios miembros, en lo que venimos a llamar “La Patria Grande”.
Se inicia de ésta forma lo que vienen
a llamar “procesos de construcción nacional”, o lo que es lo
mismo, estrategias de destrucción de la identidad natural de éstas
naciones. Tomo por ejemplos claros el nacionalismo en el que he
militado y al que me continúo sintiendo en una parte adscrito,
puesto que, basado en la concepción romántica, etimológica,
clásica y Tradicional del término “nación”, puedo considerar a
Andalucía, con sus Cuatro Reinos, como una nación en el seno común
de las Españas, esa Patria Grande; así como el nacionalismo
catalán, actualmente quizá el que se encuentra más en boga, por
encima incluso del vasco que, si bien no se ha desinflado realmente,
sí parece haberse estabilizado en una órbita de “voluntad de
común colaboración” con lo que ellos consideran una “España a
la que no pertenecen”.
Andalucía es esto; otra cosa no la conozco. |
Sorprendentemente, en todos mis años
de militancia en el nacionalismo andaluz, he tenido que justificar,
explicar y reivindicar repetidamente mis catalogaciones culturales y
morales. He tenido que justificar una y otra vez que sea Taurino,
Católico y Cofrade, elementos inherentes al ser cultural andaluz, aparte de intentar hacer ver que los procesos
revolucionarios no conllevan una evolución, sino un estancamiento.
Finalmente, por eso he tenido que salir del nacionalismo, al
comprender que mi intención de hacer de la Cultura Andaluza real el
eje de la actividad política no es, precisamente, la intención del
nacionalismo andaluz, que o bien en sus sectores más federalistas
opta por el mantenimiento de un estado medianamente descentralizado
pero sin capacidad de autogobierno real, y asumiendo los modelos de
organización y representación del estado liberal, o en sus
corrientes más revolucionarias propone implantar las organizaciones
asamblearias, pero reduciéndolas al modelo soviético y reimportando
unos presuntos valores culturales hace ocho siglos superados,
tratando de recuperar una supuesta “esencia morisca” muy
peligrosa para la propia pervivencia de la cultura andaluza. Mil
veces he repetido el error y el riesgo de equiparar Andalucía con
Al-Ándalus, ya que igual de Al-Ándalus era la Córdoba califal que
la Taifa de Saracusta a orillas del Río Iberos, además de la
evidente peligrosidad de ensalzar las pretendidas bondades de una
civilización islámica que, durante su estadío en tierras
hispánicas, no trajo sino enfrentamientos interinos entre sectas y
señoríos feudales. Aún así, una parte importante de los nuevos
nacionalistas andaluces elevan la bandera morisca, ante las babeantes
barbillas y ansiosas garras de los bereberes, dispuestos a entrar en
la tierra en la que se consideran con derecho de nueva conquista.
Cuando quieran dinamitar el cuerpo superior de la Giralda o desmontar
la Catedral dentro de la Mezquita, muchos se arrepentirán de haber
abierto las puertas a la islamización y el al-andalusismo.
Esta extranjerización de los
componentes culturales lleva a un despropósito como el de los Toros
en Catalunya. No se puede torear, meter a un toro en una plaza es
maltrato, matarlo en la arena es una crueldad... pero los mataderos
no cierran, ¿eh? Cientos de cabezas de reses bravas están en este
momento pendientes de sentencia: o muerte en el matadero o destierro
a fincas de otras partes de España, eso sí, regaladas, con el
perjuicio que ésto supone para los ganaderos de Bravo catalanes.
Tampoco los Bous al Carrer dejan de
celebrarse. El afrancesamiento de los nacionalistas catalanes llega
al extremo de la estulticia, hasta querer hacer desaparecer algo por
considerarlo “español”, aún cuando en su adorada Francia
también se dan festejos taurinos. Castella puede torear en Nimes,
Beziers o Bayona, pero no en Barcelona.
En Cataluña o Catalunya, como lo
prefieran, ése precioso territorio con tan antigua lengua romance,
tanta historia como Principado de la Corona de Aragón, aquella que
fuera toda una Superpotencia a finales del Medievo, ese
afrancesamiento acomplejado es mayor que en ninguna otra parte.
Buscando el “hecho diferencial” más allá de las diferencias
propias y auténticas, los “nacionalistas” catalanes se miran en
el espejo gabacho, importando su concepción del estado centralizado,
repudiando la concentración de poderes en Madrid pero propugnando
una concentración similar en Barcelona para un estado independiente,
que, curiosamente, en caso de aliarse con alguien, preferiría
hacerlo con el Languedoc francés, también en un futuro hipotético
como otro estado soberano, antes que con los territorios o naciones
que comparten espacio geográfico en su misma península. Hay que
saltarse los Pirineos para ser lo que quisieran ser, y dejar de ser
lo que son.
Con éste salto, creando fronteras
donde no las hay y derribando cordilleras milenarias, el despropósito
del proceso que ha llevado a los soberanistas hacia el secesionismo
deja bien claro el paradigma actual: han superado por completo los
principios de los que nació el nacionalismo. Las tradiciones
propias, la identidad cultural, el territorio históricamente
homogéneo, es decir, “la nación”, ha dado paso a los procesos
de “construcción”, a la “creación del sentimiento de
identidad” artificial, a la absorción de la cultura ajena en
detrimento de la autóctona... en definitiva, una “extranjerización”
que me lleva a pensar que, actualmente, como he dicho lo primero,
sencillamente, los ahora separatistas ya no son nacionalistas.
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