viernes, 29 de noviembre de 2013

Los separatistas no son Nacionalistas

 Voy a empezar con un órdago a la mayor: a quien me conoce no le va a espantar, y a quien no me conozca, seguramente le resulte extraño. Yo provengo de la militancia en movimientos de izquierda nacionalista andaluza. He hecho el camino al revés del que hicieron muchos carlistas hace un siglo. El foralismo, intoxicado por la implantación de las ideas liberales en los años de la forja del sistema actual, independientemente de la forma del estado (dictatorial o democrático, siempre “estado-nación” post-revolucionario), dio paso a la creación de los nacionalismos. No podemos olvidar que por ejemplo Sabino Arana era un carlista que se sentó a modelar una britanización del foralismo español, pariendo el nacionalismo vasco del PNV. Tampoco voy a ocultar mis simpatías puntuales con el PNV, con los “Jeltzales” del Dios y Ley Vieja; como tampoco, por supuesto, mis discrepancias con sus objetivos y estrategias.

 Los nacionalismos periféricos, surgidos en buena medida desde las entrañas del Carlismo, han sufrido una involución sorprendente. Atendiendo a los cuatro factores definitorios de una nación (historia, territorio, lengua y cultura) el nacionalismo surge como una afirmación de la identidad cultural propia de un territorio, afirmando su actividad en las carecterísticas que la conforman, que no son otras que las Tradiciones históricas y los modelos organizativos heredados. A medida que éste nacionalismo romántico, cultural, identificador (que no identitario) va asimilando los conceptos revolucionarios novedosos, de esa recuperación de la identidad natural, por contra, algunos comienzan a desgajar aspectos propios que le resultan incómodos por unirles, internamente, a aquello de lo que, ahora, pretenden no ya distinguirse, sino separarse. Incorporando modelos foráneos, que nada tienen que ver con la tradición propia y cultural de la nación, sea cual fuera la que como tal proclaman, nacen dos conceptos divergentes y enfrentados del nacionalismo: el centrífugo y el centrípeto; en otras palabras: secesionista y unitarista.

 De nacer como respuesta lógica, necesaria y radical (de la raíz, etimológicamente) a la implantación del Nacionalismo unitario, estatal y centralista, han desarrollado un movimiento centrífugo que acaba por desplazar las mismas raíces de ese Nacionalismo, arrancándolas de su limo sustento y llevándolo sin rumbo fijo hacia lo extranjero, lo novedoso, lo inventado y falseado. La búsqueda del “hecho diferencial” tan ansiada por los nacionalistas deriva finalmente en una negación de los hechos propios, tratando de desmontar todo factor cultural, social o histórico que una a la nación propia con la nación vecina, que a su vez está unida con la otra que le queda al lado y así conforman una unión de naciones que pasa a convertirse, con el tiempo y por los lazos intrincados que unen a sus propios miembros, en lo que venimos a llamar “La Patria Grande”.

 Se inicia de ésta forma lo que vienen a llamar “procesos de construcción nacional”, o lo que es lo mismo, estrategias de destrucción de la identidad natural de éstas naciones. Tomo por ejemplos claros el nacionalismo en el que he militado y al que me continúo sintiendo en una parte adscrito, puesto que, basado en la concepción romántica, etimológica, clásica y Tradicional del término “nación”, puedo considerar a Andalucía, con sus Cuatro Reinos, como una nación en el seno común de las Españas, esa Patria Grande; así como el nacionalismo catalán, actualmente quizá el que se encuentra más en boga, por encima incluso del vasco que, si bien no se ha desinflado realmente, sí parece haberse estabilizado en una órbita de “voluntad de común colaboración” con lo que ellos consideran una “España a la que no pertenecen”.

Andalucía es esto; otra cosa no la conozco.
 Sorprendentemente, en todos mis años de militancia en el nacionalismo andaluz, he tenido que justificar, explicar y reivindicar repetidamente mis catalogaciones culturales y morales. He tenido que justificar una y otra vez que sea Taurino, Católico y Cofrade, elementos inherentes al ser cultural andaluz, aparte de intentar hacer ver que los procesos revolucionarios no conllevan una evolución, sino un estancamiento. Finalmente, por eso he tenido que salir del nacionalismo, al comprender que mi intención de hacer de la Cultura Andaluza real el eje de la actividad política no es, precisamente, la intención del nacionalismo andaluz, que o bien en sus sectores más federalistas opta por el mantenimiento de un estado medianamente descentralizado pero sin capacidad de autogobierno real, y asumiendo los modelos de organización y representación del estado liberal, o en sus corrientes más revolucionarias propone implantar las organizaciones asamblearias, pero reduciéndolas al modelo soviético y reimportando unos presuntos valores culturales hace ocho siglos superados, tratando de recuperar una supuesta “esencia morisca” muy peligrosa para la propia pervivencia de la cultura andaluza. Mil veces he repetido el error y el riesgo de equiparar Andalucía con Al-Ándalus, ya que igual de Al-Ándalus era la Córdoba califal que la Taifa de Saracusta a orillas del Río Iberos, además de la evidente peligrosidad de ensalzar las pretendidas bondades de una civilización islámica que, durante su estadío en tierras hispánicas, no trajo sino enfrentamientos interinos entre sectas y señoríos feudales. Aún así, una parte importante de los nuevos nacionalistas andaluces elevan la bandera morisca, ante las babeantes barbillas y ansiosas garras de los bereberes, dispuestos a entrar en la tierra en la que se consideran con derecho de nueva conquista. Cuando quieran dinamitar el cuerpo superior de la Giralda o desmontar la Catedral dentro de la Mezquita, muchos se arrepentirán de haber abierto las puertas a la islamización y el al-andalusismo.

 Esta extranjerización de los componentes culturales lleva a un despropósito como el de los Toros en Catalunya. No se puede torear, meter a un toro en una plaza es maltrato, matarlo en la arena es una crueldad... pero los mataderos no cierran, ¿eh? Cientos de cabezas de reses bravas están en este momento pendientes de sentencia: o muerte en el matadero o destierro a fincas de otras partes de España, eso sí, regaladas, con el perjuicio que ésto supone para los ganaderos de Bravo catalanes.
Tampoco los Bous al Carrer dejan de celebrarse. El afrancesamiento de los nacionalistas catalanes llega al extremo de la estulticia, hasta querer hacer desaparecer algo por considerarlo “español”, aún cuando en su adorada Francia también se dan festejos taurinos. Castella puede torear en Nimes, Beziers o Bayona, pero no en Barcelona.

 En Cataluña o Catalunya, como lo prefieran, ése precioso territorio con tan antigua lengua romance, tanta historia como Principado de la Corona de Aragón, aquella que fuera toda una Superpotencia a finales del Medievo, ese afrancesamiento acomplejado es mayor que en ninguna otra parte. Buscando el “hecho diferencial” más allá de las diferencias propias y auténticas, los “nacionalistas” catalanes se miran en el espejo gabacho, importando su concepción del estado centralizado, repudiando la concentración de poderes en Madrid pero propugnando una concentración similar en Barcelona para un estado independiente, que, curiosamente, en caso de aliarse con alguien, preferiría hacerlo con el Languedoc francés, también en un futuro hipotético como otro estado soberano, antes que con los territorios o naciones que comparten espacio geográfico en su misma península. Hay que saltarse los Pirineos para ser lo que quisieran ser, y dejar de ser lo que son.

 Con éste salto, creando fronteras donde no las hay y derribando cordilleras milenarias, el despropósito del proceso que ha llevado a los soberanistas hacia el secesionismo deja bien claro el paradigma actual: han superado por completo los principios de los que nació el nacionalismo. Las tradiciones propias, la identidad cultural, el territorio históricamente homogéneo, es decir, “la nación”, ha dado paso a los procesos de “construcción”, a la “creación del sentimiento de identidad” artificial, a la absorción de la cultura ajena en detrimento de la autóctona... en definitiva, una “extranjerización” que me lleva a pensar que, actualmente, como he dicho lo primero, sencillamente, los ahora separatistas ya no son nacionalistas.

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